16 de noviembre de 2014

Misiva presente, pasada y futura a una sensación.

El vacío: despojarse de algo o alguien que te llena, acompaña, entiende y quiere. Una oquedad indescriptible, un lugar inhabitable para cualquier persona sensible y con unas neuronas suficientemente neuróticas. La tundra, el desierto, el polo norte o sur, qué más da, sólo queda una sensación de fría inmensidad, de soledad. Pero, la obligación de sobrevivir... ¿qué queda si no eso?. La carretera -McCarthy-: sobrevivir sólo porque hay alguien que depende de ti y no quiere que mueras. Encontrar razones para aquellos que te necesitan, o incluso apropiarse de sus razones y no atender a tu tristeza. Tu tristeza no manda, pero jode. Te jode, te asfixia, te viene a visitar en cuanto el silencio se hace atronador, en cuanto el paisaje no se mueve, sólo se desplaza a través de la ventana del autobús diario. Una voz que ya no oigo, y que si suena ya no es simpática, sino hiriente y ajena. Estar de manos atadas pero de sueños libres. No poder hablar porque ni puedes ni debes y porque, además, estás dolido. Y, sin embargo, a pesar de este dolor que aun me retumba en el cerebro, duele más el vacío que deja el cariño roto, repentina, injusta e incomprensiblemente.    

6 de marzo de 2012

El hilo musical

Llevaban quince años sin dirigirse la palabra a pesar de que compartían el mismo espacio ocho horas al día. Estaban ellas dos solas, frente a frente. La una, con el traqueteo de la máquina de coser y la otra con el leve chasquido que la aguja producía al perforar el paño. Una emisora de radio fórmula creaba una atmósfera atemporal donde cada día era como el anterior. No se hablaba, no se resolvía, no se perdonaba. Los éxitos musicales del momento se sucedían sin apenas intervención del locutor lo que daba al taller de costura un insoportabe aire de sala de espera. La una esperaba una rectificación, la otra lo mismo. La esperanza nunca se pierde, pero ellas habían perdido la palabra esperanza. En esos quince años murió el mejor amigo de una, el padre de la otra y el marido de la primera y nunca se dieron el pésame ni los buenos días. Lo que tuvieran que decirse ya se lo habían dicho en su momento. Ahora apenas se comunicaban en un soliloquio interior donde la razón y la ira competían como aguja e hilo revoloteando  en un acto de amor y odio sangriento.

En quince años  se pusieron trampas que nunca se echaron en cara, a la cara, se miraron siempre de reojo, se olieron como los animales huelen a su peor enemigo, se desearon el peor de los destinos, se trataron como un torturador trata a su víctima, se autocausaron enfermedades neutralizantes y duraderas, se destrozaron la existencia, se ignoraron, se hilvanaron en la misma bobina de rencor.

Hoy, la que perfora el paño se ha quedado sóla en el taller. El único hilo que las unía se ha cortado para siempre. No se hablaba, no se resolvía, no se perdonaba. Apenas retumba  a estas horas la sorda tormenta de ayer, tan solo permanece esa incansable banda sonora de la radio que te cose a pedazos.

3 de marzo de 2012

El caso de la nuez y la porra

Cascó la nuez y salió un antidisturbios con porra, casco y escudo que le preguntó si era de Toxo o de Espe. Le dijo que de ninguno, que tenía alergia a la educación. Él era agricultor, como lo fue su padre y antes su abuelo, y de lo único que sabía era de roturaciones, estaciones y contracciones de espalda. Ah, pues me puedes ayudar -le dijo el antidisturbios-. Tengo una contracción muy fuerte en el costado porque alguien me pisó con unas bailarinas. Eso te pasa por antidisturbios, si fueses agricultor sólo te pisarían las convenciones de Kioto y demás -le contestó el agricultor, y ambos continuaron la conversación.
- Sabes mucho para lo alérgico que eres -dijo el antidisturbios.
- En mis ratos libres casco nueces y salen cosas que me golpéan el intelecto.
- Yo también golpeo intelectos, pero nadie me reconoce como educador.
- Es por el casco. Si fueses sin él sí te reconocerían.
- Si fuese sin él no sería lo que soy.
- Ya, pero te daría el aire.
- ... y alguna piedra voladora que... en mis dos dedos de frente, haría un daño irreparable.
- Ten cuidado con tu porra que me lastimas los bulbos.
- No me provoques que te educo -dijo el antidisturbios levantando su batuta-.

El agricultor estornudó al oír las palabras del policía y, sin tiempo para taparse, le roció todo el escudo de secreciones. Así, con el escudo borroso y sus dos dedos de frente en posición de reserva, el antidistubios comenzó a dibujar el ángulo máximo que le permitiera asestar el mayor de los golpes al agricultor. Pero, éste, ágil y astuto colocó una nueva nuez en la trayectoria del basto que evitó el impacto. El fruto seco comenzó a resquebrajarse y de su interior salió la niña de Rajoy, que resultó ser la hija del antidisturbios.
- Ven papá. Tienes que descansar que mañana volvemos todos a la calle, cada uno a lo suyo.... 

13 de febrero de 2012

La función

a) Molduras sube al escenario 1, aprieta 1500 tornillos, almuerza de 12.00 a 12.30, aprieta 1500 tornillos más, come de 14.00 a 15.00, y hasta las 18.00 aprieta otros 2000. Total apretados: 5000 tornillos.

b) Molduras sube al escenario 2, aprieta 1550 tornillos, almuerza de 12.00 a 12.20, aprieta 1550 más, come de 14.00 a 14.45, y tiene que enroscar 2100 tornillos hasta que a las 18.15 se puede ir a casa. Total tornillos puestos: 5200 tornillos.

c) Molduras sube al escenario 3, donde le esperan 1600 tornillos hasta la hora del almuerzo que dura de 12.00 a 12.10, luego se enfrenta a otros 1600, y apenas come en media hora. Tras la comida aprieta 2200 tornillos y sale para su casa a las 18.30, lesionado. Total apretados: 5400 tornillos.

A todas luces, el escenario 3 parecía el mejor porque, por el mismo coste, se conseguía un 8% más de rendimiento, o lo que es lo mismo, apretar 400 tornillos más. Sólo había que ajustar legalmente la reducción del tiempo de comidas y la ampliación del horario de trabajo, aparte, claro está, del asunto de la lesión de Molduras. Marcos, el demiurgo de la empresa calculaba cuál era la mejor solución para la continuidad de la fábrica. Estaba abriendo telones, cerrándolos, dejándolos a la mitad a propósito o sin querer porque también alguno se atascaba. Todo para que, al final Molduras y él, pudiesen conservar su puesto de trabajo, uno en la platea y otro en las tablas pero todos en el mismo teatro. Al mismo tiempo, Marcos contemplaba atónito como la cartelera general se iba haciendo cada vez más insulsa y monótona, ya que todas las obras representaban la misma función, aunque en distintos escenarios. Escenarios llenos de esfuerzo mal recompensado, de merecidos inmerecimientos, de deseos de venganza, de hambre de dinero, de sed de futuro, de deseo de victoria social, de puta vida, de puta muerte, de gente, de números. Esos escenarios de los que Marcos empezaba a estar hasta la tramoya.

21 de enero de 2012

Descuadres domésticos

¡Eres un cero a la izquierda! - me dijo, mientras yo la veía cada vez con más ceros a la derecha. Esto me lo soltó sin pelos ni señales, y, por cierto, sin comas, lo cual, desde un punto de vista semántico- matemático, quería decir que yo era el cero total, sin decimal alguno que me diera un poco más de categoría. Tras lo cual, puso un punto y aparte y me dejó como el huevo de colón... de pie, inmovil, inoperante... roto por abajo, y por el centro y por dentro. Salió de mi habitación con más ceros a la derecha que con los que había entrado, probablemente los que yo ya no poseía. Decidí, entonces, dar un paso desafiando al álgebra con toda la ciencia exacta de la que fui capaz y me planté ante ella. Tenemos un problema - le dije, confiando en que ella encontrase la fórmula inmediata de resoverlo. El resultado de la ecuación me rebajó un punto más y perdí toda mi redondez. Ahora soy un número negativo que lucha por encontrar de nuevo la geometría perfecta con su par. Y, aunque a veces la física cuántica nos situe en planos distintos de referencia, que no de indiferencia, ella es mi binomio perfecto.

19 de enero de 2012

A Floro

Pienso en mi blog, en cómo empezarlo. No tengo prisa. Nadie me espera, o al menos como yo esperaría. Ya viene el metro. Me monto y una marea de prisa ajena me golpea. En el móvil la llamada de una compañía telefónica me insiste en la oportunidad excepcional que pierdo si no me decido antes de mañana. Les digo que no tengo prisa y parecen implosionar al otro lado. Me despido amablemente. Nadie alrededor oye mi conversación porque nadie escucha las palabras tranquilas. Hay un niño que me mira sosegadamente. Es muy pequeño para darse cuenta de que su tiempo es aun eterno, no como el de su madre que, con sus prisas y las del cole, no se ha percatado de que el pie del pequeño ha quedado atrapado en la puerta durante unas milésimas de segundo al entrar.  Nada trasciende porque el niño consigue liberar el pie sin que ella sea consciente, y sin que él mismo lo sea, porque a esa edad sólo se es consciente del peligro a través de los ojos de una madre. Sin embargo, ella nunca le mira cuando van en metro. Le da lecciones de vida y órdenes varias mientras mira a otras mujeres del vagón, en concreto siempre a una cuyo peinado le priva. El niño cree que esa señora es una amiga de mamá y que es a ella a quién le pide que se ate los cordones y que hay que lavarse los dientes después de las comidas. El niño no entiende nada porque la señora lleva botas de cremallera y sus dientes, siempre a la vista, no tienen restos de bocadillo... 

Entretanto, el tren se llena de nuevas prisas ajenas y me  protegen del soliloquio que la madre mantiene con pelos también ajenos. Retengo la imagen calmada del niño intentando descifar los porqués que le rodean cada mañana.  Noto los primeros síntomas de aplastamiento aunque la siguiente es mi parada y me bajo. Estoy ya en la superficie. No cruzo la calle, aunque podría, hasta que el semáforo me deja. No tengo prisa, nadie me espera, al menos como yo esperaría. Entro en la oficina con saludo amable, como todos los días desde hace más de medio siglo. El director me reclama. Entro en su despacho. Me pregunta a qué se debe mi minuto de retraso.  Me habla de la importancia de cumplir estrictamente con los horarios. Le miro sin rencor ni miedo y me lo imagino tenso en su cuarto de baño, haciendo sus necesidades con prisa y mal. Salgo de su despacho y me siento a trabajar. La cara del niño se me ha clavado en la retina y me acuerdo de las largas tardes de verano y del tiempo  -parado, eterno-  que ya sólo algunos gozamos en el cuarto de baño, … y, por supuesto, frente a un texto.