16 de noviembre de 2014

Misiva presente, pasada y futura a una sensación.

El vacío: despojarse de algo o alguien que te llena, acompaña, entiende y quiere. Una oquedad indescriptible, un lugar inhabitable para cualquier persona sensible y con unas neuronas suficientemente neuróticas. La tundra, el desierto, el polo norte o sur, qué más da, sólo queda una sensación de fría inmensidad, de soledad. Pero, la obligación de sobrevivir... ¿qué queda si no eso?. La carretera -McCarthy-: sobrevivir sólo porque hay alguien que depende de ti y no quiere que mueras. Encontrar razones para aquellos que te necesitan, o incluso apropiarse de sus razones y no atender a tu tristeza. Tu tristeza no manda, pero jode. Te jode, te asfixia, te viene a visitar en cuanto el silencio se hace atronador, en cuanto el paisaje no se mueve, sólo se desplaza a través de la ventana del autobús diario. Una voz que ya no oigo, y que si suena ya no es simpática, sino hiriente y ajena. Estar de manos atadas pero de sueños libres. No poder hablar porque ni puedes ni debes y porque, además, estás dolido. Y, sin embargo, a pesar de este dolor que aun me retumba en el cerebro, duele más el vacío que deja el cariño roto, repentina, injusta e incomprensiblemente.